Crónica de una batalla con alma
Era noche de luna nueva. El cielo estaba oscuro, como si el universo entero contuviera la respiración. La humedad pegajosa se sentía en la piel, y el ambiente tenía ese peso denso, casi eléctrico, que se siente antes de una tormenta… o de una batalla.
En ese clima cargado, el Capitan Run reunió a sus hombres y definió el plantel. Quince al frente, los elegidos. Ocho más en el banco, con el corazón listo para saltar cuando su Head Coach, Javier Rimoldi, lo señalara. Había en sus ojos algo que no se enseña: deseo, ilusión, hambre de rugby.
Esa noche, en medio de la penumbra, llegó uno de los momentos sagrados: la entrega de la Nueva camiseta. Esa tela, empapada de pasión y cargada de historia, no era solo indumentaria. Era el símbolo de un pueblo, de una familia, de un club que respira rugby. Cada jugador la sostuvo como si fuera la última, como si el alma se le metiera por las costuras.
Y no todos la recibirían para jugar. Quizás hoy no les tocara, pero como dijo su manager, Hernán Acornero: “El campeonato es largo, cada uno tendrá su momento. Y cuando llegue, que sea con alegría. Diviértanse, disfruten, jueguen con el corazón.”
El viaje a Córdoba fue largo, lleno de silencios que hablaban más que mil gritos. Cada uno llevaba en su mochila más que botines: llevaba sueños, recuerdos, valores. Algunos iban a jugar. Otros, a acompañar desde las gradas. Pero todos, absolutamente todos, iban con el mismo fuego en el pecho.
El presidente, Gabriel Aguilera, no pudo llegar. Su auto falló en el camino. Pero eso no lo frenó: siguió cada minuto desde su celular, desde el alma. Porque ser parte de este club es estar siempre, incluso cuando no se puede estar.
Ya en la cancha, llegó el silencio final antes del inicio. El vestuario olía a cinta, a vendas, a historia. Es ahora. Es el momento de abrazar esa ovalada, con la que más de uno duerme cada noche como si fuera un pedazo de su corazón. La noche anterior, algunos le habían susurrado en secreto: “No te nos escapes, hoy no.”
Y así salieron. Quince guerreros. Una sola pasión. Sabían bien lo que les esperaba: un equipo con títulos, con historia, con peso. Córdoba Rugby Club, varias veces campeón del Top 10A. Pero también sabían que los corazones no se miden por trofeos, sino por cuánto estás dispuesto a dejar en cada jugada.
Desde la humildad, desde el sacrificio, desde ese rincón donde los sueños no se rinden, salieron a dar batalla. Y la dieron.
El primer tiempo fue para enmarcar. Para que se hable de ellos en Córdoba y mucho más allá. En las tribunas el murmullo era innegable: “¿Quiénes son estos locos?” Nadie entendía cómo este club humilde, chico en número pero gigante en alma, estaba de pie, golpeando, resistiendo, soñando despierto.
Quizás fue la pretemporada, quizás la unión del grupo, o tal vez fue esa frase que aún flotaba en el aire: “Jueguen. Disfruten.”
Pero el segundo tiempo traía su propio guión. El cansancio, la lesión de Nico (un zorro, un ejemplo), y la jerarquía del rival hicieron lo suyo. De un inolvidable 0-10, se pasó a un 28-10 que cerró el partido… pero no el espíritu.
Porque la derrota deja un sabor amargo, sí. Pero deja también el pecho inflado. Porque se jugó con el alma, se dio todo, hasta el último segundo.
Y ahora, queda trabajo por hacer. El Head Coach lo sabe. Su equipo lo sabe. Pero también saben esto: para ganar, primero hay que saber perder, y levantarse una y mil veces